Estamos a finales de Agosto. Como todos los años, a punto de comenzar el curso, contemplo las páginas en blanco de mi cuaderno abierto sobre la mesa.
Páginas que día tras día se irán llenando a lo largo del año de experiencias aún insospechadas; impregnándose de palabras rápidas e ilegibles intentando plasmar con avidez las ricas vivencias obtenidas mediante la creatividad corporal; poniéndose de relieve una verdadera implicación del ser. Todo ello, unido a una lenta y profunda observación de lo que acontece dentro del taller, al arduo y agradecido trabajo individual y grupal, irá tomando forma de composiciones líricas, poéticas, musicales, dramáticas,...
Todo está por hacer. El viaje a punto de comenzar no está programado. Un mundo se abre ante nosotros, las rutas no están señalizadas previamente en el mapa, las iremos trazando nosotros, poco a poco, con nuestro caminar.
Disponemos ya de las herramientas necesarias: un cuerpo suficientemente sensibilizado ante un espacio vacío que iremos invistiendo de emociones, estructurándole mediante nuestros gestos y movimientos. Movimientos que iremos perfilando, descubriendo su música, su melodía, sus latidos, sus silencios..., su emocionalidad. Cuerpo, espacio y ritmo son los utensilios básicos sobre los que se irán trenzando los finos y variados hilos que conformarán la obra final. Según los utilicemos así serán los senderos por los que nos adentremos, uno nos llevará a otro, todos irán quedando señalizados y unidos.
A veces nos daremos cuenta de que no marcamos huella y tendremos que volver atrás antes de perdernos en la nada, pero al final llegaremos a un lugar, y este será el que hayamos creado con nuestra sensibilidad, buscando en los entresijos de nuestro corazón, de nuestros sentimientos, de nuestra conciencia.